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Publicado: Jue Ene 24, 2013 4:26 pm Asunto: La flor
Imaginaos el paraiso en la Tierra. Una pradera plena de colores delicados, de tenues sonidos armónicos, de fragancias balsámicas, en la previa a la alborada, en el momento que la alondra anuncia la presencia del gran astro y el verde es humedecido por el rocío.
A lo largo del día los colores se transforman llegando a ser cegadores. Las voces de los habitantes del lugar se hacen más presentes. Las tórtolas con su incesante arrullo, el ir y venir de los topillos, la liebre en la vuelta a casa después de la aventura con el zorro. Todo un universo heterogéneo, se dispone a disfrutar del milagro del nuevo día, a la voz lejana y quasi militar del gallo.
Durante la misteriosa noche, cuando las poderosas y sagradas estrellas imponen el silencio , la oscuridad acogedora adormece a nuestra heroína.
En esta pradera, en este Eden, abrasados por la primavera, relucían magníficas flores, las cuales jugaban y reían mecidas por una agradable brisa. Parecían todas muy alegres y contentas pero había una que no lo estaba. No se unió a sus compañeros de juegos aquella mañana porque decía no encontrarse bien. Hacía poco tiempo era admirada por las demás flores por su belleza y vitalidad, su energía contagiaba de vida el lugar y pronto muchas quisieron hacerse amigas suyas. Sin embargo ahora estaba triste y apesadumbrada. Ni siquiera el Sol fue capaz con sus rayos de subirle el ánimo. Un saltamontes amigo de ella, que no hacía más que saltar de aquí para allá para presumir de sus excelentes patas traseras, observó su inquietante estado y le preguntó:
- Flor ¿Te ocurre algo? ¿Te encuentras mal?
La flor aunque tenía en alta estima al saltamontes no quería hablar con nadie asi que respondió con apenas un murmullo:
- Estoy bien. Por favor sigue tu camino.
La señora mariquita vió desde su coqueto vuelo a sus dos amigos, el saltamomentes y la flor, y decidió detenerse junto a ellos para saludarles.
- Buenos días muchachos ¿Qué tal estáis hoy?
El saltamontes cuyo don no era el de la discreción respondió:
- Yo muy bien pero algo le sucede a nuestra amiga.
- ¿Qué es preciosa? Yo te veo tan bien como siempre.- Dijo la mariquita a la flor.
- No me pasa nada aunque gracias por preocuparos.- Contestó la flor.
El señor escarabajo que se encontraba dando un agradable paseo saludó a sus tres amigos diciendo:
- Hola señor saltamontes y señora mariquita. ¿Cómo se encuentra usted señora flor? Disfrutando de este día de Sol, ¿Verdad?
Al unísono el saltamontes y la mariquita contestaron por ella:
- No.
- ¿Cómo que no?- Preguntó contrariado el escarabajo.
- Está triste, algo le pasa a nuestra amiga.- Dijo el saltamontes.
- ¿Y qué le pasa?
- No lo sabemos. No quiere decirlo.- Apuntó la mariquita.
- Pues habrá que averiguarlo.- Dijo el escarabajo animado por el reto que se le presentaba.
- No parece faltarle agua.- Observó el saltamontes.
- Tampoco veo nada extraño en su polen o en su tallo.- Informó el escarabajo.
- ¡Oh, mirad! Es uno de sus pétalos, se le ha caído al suelo.- Exclamó la mariquita ante el hallazgo.
La flor con un profundo suspiro confirmó que ese era su problema.
- Sin duda es una lástima que se te haya caído este hermoso pétalo pero aún te quedan muchos más. No tienes por qué ponerte así.- Dijo el escarabajo que no entendía mucho de flores.
- Sigues siendo la flor más bella de toda la pradera con mucha diferencia.- Dijo el saltamontes intentando animarla con halagos.
- ¿Tú crees?- Preguntó todavía apenada la flor.
Los tres amigos sorprendidos le dijeron que sí.
- Ninguno de nosotros reparó en que te faltaba nada querida, por algo será.- Dijo la mariquita acariciando el rostro de la flor.
- ¡Dejadlo ya! No se trata de eso.- Dijo la araña escondida en las sombras.- Yo lo ví todo. Ví como esa bestia de tábano que tiene como pareja le arrancaba el pétalo después de una terrible discusión.
- No es posible ¿Es eso cierto flor?.- Preguntó perpleja la mariquita.
La flor avergonzada por el hecho en sí y por haber mentido a sus amigos se giró para que no le mirasen la cara.
- Ese maldito tábano...¡No tiene ningún derecho a hacerte algo así!
Dijo fuera de sí el escarabajo como si fuese el azote de las injusticias.
- Hacerle eso a una flor indefensa solo puede significar una cosa. Ese bichejo carece de corazón.- Dijo el saltamontes.
- No podemos permitir a ese canalla que ponga otra pata encima de nuestra amiga.- Dijo el escarabajo con decisión.
- ¿Pero qué podemos hacer nosotros?- Preguntó la mariquita con impotencia.
- No hagais nada os lo ruego, si no será aún peor.- Dijo temerosa la flor que sabía muy bien como se las gastaba el tábano.
- Algo habrá que hacer, no podemos dejarte así.- Dijo el saltamontes.
- Y eso no es todo.- Dijo la libélula que le gustaba meterse en conversaciones ajenas.- ¿ A que no sabeis a quién he visto con otras flores jugueteando con su polen?
- ¿A quién?- Preguntó indignada la mariquita.- No me digas que...
- ¡Exacto! Al tábano. Lo ví con mis propios ojos.- Añadió la libélula orgullosa por su valiosa información.
- No hay más que decir. Ahora mismo hay que denunciarlo a las abejas.- Sentenció el escarabajo.
- ¡No, no, eso nunca! Por favor dejadme que yo sea quién arregle esto.- Suplicó temerosa la flor.
- Pero te arrancará otro pétalo.- Dijo la mariquita preocupada.
- Es cierto, debemos denunciarlo. Es por tu bien flor.- Dijo el saltamontes arrastrado por la corriente de opinión.
La flor más animada y contenta por tener tan buenos amigos los convenció para que le dejasen a ella hablar con el tábano. Le hablaría sin miedo y dejándole las cosas muy claras. Les pidió que no se preocupasen por ella y les volvió a agradecer su ayuda. Ya se encontraba mucho mejor. Sus amigos congratulados por las palabras de la flor se fueron satisfechos por haber realizado una buena acción.
Aquella noche dormirían mejor sabiéndose mejores personas. Allí dejaron a su amiga la flor despidiéndolos con numerosas reverencias y con una amplia sonrisa. Pero cuando estos se alejaron y nadie la veía dejo de sonreir. Temblorosa intentó darse fuerzas a la espera de la llegada del tábano.
Estaba oscureciendo y todavía la flor no sabía que decirle a su temible pareja cuando llegara. Se sentía acorralada, teniendo que hacer algo que no quería. Sus amigos involuntariamente le habían puesto en aquel compromiso y la pobre flor se veía presionada, no a hacerle frente al tábano, ella sabía que era imposible, sino a proteger a sus propios amigos de él. No quería que actuasen por su cuenta y que alguien más pudiese salir herido por su culpa. Pero la hora ya había llegado y cualquier idea se desvaneció instantaneamente. Un espantoso sonido de alas volando se aproximaba. Otra vez ese nudo en la garganta, esa angustia, ese miedo...El tábano estaba aquí. Asomó su cuerpo por lo alto de las flores y dificultosamente lo posó al lado de la flor.
- Ya estoy aquí.- Dijo el tábano con voz cruel.
- Ya te veo.- Contestó valientemente la flor con tono firme.
- ¿Ya me ves? ¿Pues qué haces que todavía no me has ofrecido tu polen?- Repuso el tábano.
- ¿Dónde has estado todo el día?- Preguntó la flor.
- Eso a ti no te importa. ¿A qué vienen tantas preguntas?- Dijo el tábano desconfiado.- Callate ya y dame polen , estoy cansado.
- No te voy a dar polen.- Respondió con gallardía la flor.
- ¿Qué no me vas a dar polen?- Dijo sorprendido el tábano.
- No.
- ¿Y por qué no si puede saberse?
- Pregúntaselo a las flores con las que has estado.
- ¿Quién te ha dicho eso?- Una sombra se cernió bajo los ojos del tábano.
- Como tú dirías. ¿Y eso a ti qué te importa? Has estado con ellas ¿Verdad?
- Mira flor, estoy demasiado cansado como para responder a las absurdas preguntas que me haces y que tus amigas te habrán dicho que me hagas.
- Solo tienes que decir la verdad. No es tan difícil.
- ¡Con que quieres saber la verdad! Pues te la voy a decir. La verdad es que tu tallo está menos firme, que tu fragancia empieza a apestar, que tus pétalos tienen unos colores chillones y horribles, que tu polen sabe muy mal y que cada día te encuentro más marchita. Esa es la verdad.
Las palabras que con tanta malicia había escupido el tábano se habían clavado en lo más profundo del corazón de la flor. Tantas veces había oído cosas parecidas de su pareja que finalmente las creía ciertas. Aún así con un hilo de voz dijo la flor:
- Pero antes no me decías esas cosas. Antes me decías que yo era una flor única. Me decías siempre que me querías, que esta pradera podía sentirse orgullosa por tenerme a mí, que era lo más bonito que en...
- Eso era antes.- Interrumpió subitamente el tábano.- Mírate. Eres vieja y fea, mientras que yo todavía soy joven y fuerte. Deberías darme las gracias por seguir todavía contigo.
- Entonces déjame.- Susurró con el corazón destrozado la flor.
- ¡¿Qué?!- Preguntó burlón el tábano.
- ¡Que me dejes!- Dijo la flor con repentina energía.- Buscate a otra flor que yo ya encontraré a otro insecto que me quiera.
- ¡¿A otro insecto?! ¿En quién te has fijado? ¿Alguno ha venido aquí?- Preguntó muy enfadado el tábano que, aunque promiscuo, era muy celoso y perdía la razón al imaginarse a otros insectos merodeando por su flor.
- No lo sé...quizás. No te lo pienso decir.- Dijo la flor.
- ¡Uy! No juegues conmigo estúpida.- Dijo el tábano rabioso zarandeando el tallo de la flor.- ¡Dime! ¿A quién has visto?
- ¡Sueltame, me haces daño!- Chilló la flor.
- Si te voy a soltar, tranquila. Asi que te gusta llevar esos horrendos colorines...Te gusta exhibirte ante los demás mientras no estoy. Es eso. Estás dolida y quieres reírte de mí. Quieres que todos se rían. Por ahí va el tábano, el que está con esa fulana ¡¿Eso quieres?! - Gritó el tábano.
- ¡No!- Respondió la flor gritando por el daño que su pareja le hacía.
- ¿No? Yo creo que sí. Y como creo que sí y no quiero que esto se repita voy a tener que hacer algo. El amarillo, el morado o quizás el rosa...
- ¿Qué vas a hacer?- Dijo la flor asustadísima.
- Hacer que aprendas. Vengo aquí muerto de cansancio y descubro que mi flor habla con otros aprovechando mi ausencia.No. Yo te enseñaré a no burlarte de mí nunca más.
Al día siguiente, muy temprano, el saltamontes comenzó con otro recital de geniales saltos. Había gozado de una excelente noche durmiendo tan placidamente como no lo había hecho en años. Su vida estaba exenta de problemas, no tenía obligaciones que hacer ni ningún trabajo que cumplir. Se podría decir que era feliz y que sus únicas preocupaciones eran cosas tan importantes como si el Sol brillaba con fuerza desde las alturas para iluminar mejor sus breves vuelos. Pero ese día había nubes, asi que para animarse un poco decidió hacerle una visita a su amiga la flor.
Ya había olvidado lo que el día anterior le había sucedido a su amiga, por eso le impactó mucho su estado cuando la encontró. La pobre flor lloraba lágrimas de rocío. Nunca hubo en aquella pradera un llanto más triste que aquel. A los pies de su tallo se hallaban dos pétalos más, arrancados. Era una verdadera pena ver como alguien que debería ser hermosa había dejado de serlo por culpa de otro ser. Estaba claro, el tábano le había vuelto a pegar y esta vez se había ensañado bien con su víctima.
- ¡Flor! Pero...pero ¿Qué es lo que ha pasado?- Dijo el saltamontes a la flor aunque él ya supiese la respuesta.
- ¿Qué es lo que va a pasar? Que ese bruto le ha arrancado otro par de pétalos. Yo lo ví todo.- Dijo la araña que siempre se hallaba en el lugar exacto a la hora exacta aunque nunca nadie se diera cuenta de ello.
- ¡¿Cómo?!- Exclamó indignado el escarabajo que había oído por casualidad las palabras de la araña.- Si es que ya te lo advertimos, tenías que haber avisado a las abejas y nada de esto te habría vuelto a suceder.- Regañó el señor escarabajo olvidándose de consolar a la flor.
- ¡Dios mío! Pero ¿Qué es lo que te han hecho querida?- Preguntó uniéndose a la reunión la mariquita.- Tienes un aspecto terr...quiero decir que te han estropeado un poquito. – Concluyó la mariquita el discurso que con tanto tacto había expuesto.
- Lo sé. Estoy horrible. Soy horrible. Por favor, no me mireis.- Dijo sollozando la flor.
- No digas tonterías flor, sigues siendo la más bella de toda la...
- No hay que mentir tampoco.- Interrumpió la altiva libélula al saltamontes.- Precisamente porque nunca más volverá a ser bonita es en donde reside la gravedad del asunto.
- Si es que nunca se me hace caso cuando hablo.- Siguió diciendo el escarabajo enojado, reivindicando que se apreciase más a menudo su sabiduría.- Bueno, bueno, no dramaticemos. Llamemos a las abejas y asunto zanjado.
- ¡No!- Chilló la flor.
- Lo siento querida pero ese tábano ya ha ido demasiado lejos.- Repuso la mariquita.
- Pero...yo no puedo huir de aquí; Él vendrá otra vez y como sepa que he llamado a las abejas...- Decía con sumo temor la flor.
- Ellos te protegeran. No debes temer nada. Son los guardianes de la pradera. Si ese monstruo vuelve a molestarte se las verá con ellos.- Dijo la libélula con gran elocuencia aunque no se sabía muy bien que hacía allí ya que no tenía el gusto de conocer a la flor.
- Sí. Que le den una lección a ese granuja. Armando alboroto por donde quiera que va ¿Quién se habrá creído que es? Siempre me despierta por las noches.- Aprovechó la araña para desviar el tema a sus propios asuntos.
- Muchísimas gracias de nuevo amigos por preocuparos por mí. –Dijo la flor aún triste pero un poco más reconfortada por tener la suerte de conocer a tan buenos insectos.
- No hay de qué cielo.- Dijo la mariquita sintiéndose aludida ante los agradecimientos de la flor.- Debemos cuidarnos los unos a los otros.
- Ahora mismo llamo a las abejas. Esperad aquí.- Dijo la libélula deseosa de algo de acción que sirviera para hacer más ameno su ocioso día.
A los pocos segundos regresó la libélula junto a un par de abejas.
- Muy bien ¿Quién de vosotros necesita nuestra protección?- Dijo una de las abejas.
- ¡Ella!- Señaló la mayoría.
- ¿La flor? De acuerdo. Pues a partir de ahora no tiene nada de qué temer.- Dijo la otra abeja hablándole al grupo en vez de a la flor.
- Aún no le hemos dicho de qué tienen que protegerla.- Apuntó el saltamontes.
- Ah ¿No? ¿De qué hay que protegerla?- Dijo la abeja contrariada.
- De un tábano. Su tábano.- Informó la araña.
- Llevamos cierto tiempo juntos pero desde hace...
- Un tábano, vale.- Interrumpió una de las abejas a la flor ignorando sus palabras.- Ya nos tenemos que ir. Un placer señora flor y tranquila, en cuanto se acerque a usted iremos a por él.- Sin más las dos abejas se fueron tan rápido como habían venido, con el aval de su propia palabra.
- Ya está. Ya estás a salvo, intenta olvidarte de ese tábano lo antes posible.- Dijo la araña que nunca había estado casada.
- Bueno, yo seguiré brincando no vaya a ser que se me entumezcan las patas. Hasta luego amigos. - Dijo el saltamontes justo antes de dar un enorme salto que lo alejó de allí.
- ¡Espera!- Dijo la flor al saltamontes pero este ya se había ido.
- Yo también tengo que irme o mis admiradores se decepcionarán al no verme en toda la mañana. – Dijo la mariquita con una coqueta sonrisa.
- ¿No podria quedarse un poco más conmigo?- Pidió la flor a la mariquita.- No quiero quedarme sola.- Le confesó esta vez en voz baja.
- Lo siento pero...pero tengo que irme, adiós.- Dijo la mariquita sin encontrar excusas que darle a la flor. No conocía al tábano pero tampoco quería hacerlo.
- Señor escarabajo ¿Usted también se va? ¿No podría acompañarme hasta la tarde?
- ¿Yo? Ya está usted protegida señora.- Dijo el escarabajo al cual le encantaba resolver problemas pero no involucrarse en ellos.- Para eso tenemos a las abejas ¿No? El trabajo es suyo no mío.
- Es que pensé que como usted es grande y tiene una fuerte coraza quizás...
Pero antes de que la flor terminara de hablar el escarabajo se marchó ignorando a su amiga. - ¡Qué falta de educación!- Pensó el escarabajo.- A uno lo ven dándose un paseo y ya creen que no tiene nada mejor que hacer en todo el día.
La flor sin saber a quién más pedir compañía miró a su alrededor a los dos únicos insectos que todavía había allí. Desesperada preguntó a su vecina.
- Araña ¿Me haría el favor de quedarse conmigo? Al menos hasta que oscurezca.
- Tengo que tejer la mejor de mis redes. Aún no la he concluido con tanto ajetreo. Que si tábano por aquí, que si tábano por allá...Ya he perdido mucho tiempo en asuntos que no me conciernen.- Dijo la araña escabullándose entre la maleza.
Con mucha vergüenza preguntó la flor finalmente a la líbelula si ella podría acompañarla.
No le gustaba pedirle nada a nadie y menos a una extraña como era la libélula pero no tenía más remedio que hacerlo.
La libélula intentó disimular la risa al oír tal pregunta. Una vulgar flor como aquella pretendiendo que una magnífica libélula pierda su tiempo con ella. El mero hecho de plantearse tal cuestión motivaba sonoras carcajadas. Con la educación que solo los más privilegiados pueden tener le dijo que tenía invitados en su laguna para la cena de aquella noche y que hacerles esperar sería una descortesía por su parte.
La flor resignada a su suerte lo comprendió y la dejó marchar aunque hubiese suplicado por un poco de tiempo de compañía. Pero entendía que cada uno tenía su vida y sus problemas ¿Quién era ella para arrebatarles su tiempo? Solo era una flor. Una vieja y fea flor. Un ser insignificante comparado con ellos.
El resto del día no pudo evitar pensar en la llegada del tábano. ¿Qué ocurriría? ¿No podía dejarla en paz sin más? Ella no le había hecho nada malo a nadie, no se merecía lo que le estaba sucediendo.
Por la tarde otra vez esa ansiedad, ese pánico al oír el vuelo del tábano acercándose. ¿Cómo debía recibirlo? ¿Debía hablarle o solo guardar silencio? ¿Y cuándo aparecerían las abejas?
- Hola. Ya he vuelto.- Dijo con aparente buen humor el tábano.
- Hola.- Se limitó a decir la flor.
- Oye, siento lo que pasó anoche pero sabes muy bien que no me gusta que insinues que has estado con alguien. Yo estaba cansado y lo único que quería era descansar. Espero que no te hayas enfadado mucho conmigo. Lo siento ¿Vale? Rociaré un poco de tu polen si quieres.- Dijo a modo de disculpa el tábano.
- No hace falta, gracias.- Contestó la flor.
- Está bien. Hoy he tenido un gran día. Deberíamos celebrarlo.
La flor miraba con desconfianza al tábano tratando de adivinar sus intenciones.
- ¿No dices nada?- Dijo el tábano.- He dicho que podíamos celebrar este día.
Pero la flor tampoco contestó nada esta vez.
- No tienes ganas de hablar ¿Eh? No sabía yo que eras tan rencorosa. Ya te he dicho que lo siento. ¿Qué más quieres?
- Nada.- Respondió la flor con sumo cuidado en no decir alguna cosa que pudiese molestar al tábano.
- Me estás empezando a cabrear. Estoy de buen humor, te hablo de buenas y tú ahí callada, sin reaccionar, como una imbécil.- Dijo el tábano.
- Lo siento.
- Bueno ya vale. No quiero oír más lloriqueos hoy. Si no quieres hablar callate, pero no pretendas hacer que me sienta culpable porque no lo voy a hacer.
La flor hizo caso a su pareja y se calló.
- ¡¿Qué?! ¿Sigues sin decir nada? ¿Pero qué te he hecho ahora?- Dijo el tábano perdiendo por momentos los nervios.
- Tú nada...
- ¡¡¡He dicho que te calles!!!- Gritó el tábano.- Si querías verme enfadado, enhorabuena, lo has conseguido. Siempre igual. Amargándome la noche. Estás empezando a hartarme.
Muerta de miedo la flor se mantuvo callada observando como su pareja había comenzado a volar a su alrededor con movimientos agresivos.
- Ahora mismo podría estar pasándomelo en grande con los amigos pero he preferido pasar la noche contigo y ¿Así es como me lo agradeces? ¿Estropeándomela?
Esperando los golpes que podían venir de un momento a otro, la flor permanecía quieta, indefensa como siempre ante su agresor. Pero justo antes de que el tábano se decidiera en arrancarle más pétalos se oyó el zumbido de numerosas alas. ¡Eran las abejas! Llegaban en el momento justo para salvarla.
- ¡Eh, tú! Deja ahora mismo a esa flor en paz.- Dijo amenazadoramente una de las abejas al tábano. Éste, perplejo, observaba con detenimiento como una docena de abejas le rodeaba.
- ¿Qué es esto? ¿Qué hacen ustedes aquí?- Preguntó el tábano desconcertado.
- La flor nos informó diciéndonos que usted la estaba molestando.
- Soy su pareja, yo no molesto a nadie.- Dijo indignado el tábano.
- Pareja o no, debemos pedirle que abandone esta pradera por las buenas o por las malas.- Dijo una abeja con rudeza acostumbrada a tratar con toda clase de bichejos.
- Esto no puede ser. Debe tratarse de un error. Díselo tu cariño. ¿A que tú no has llamado a nadie?- Dijo nervioso el tábano.
La flor, ya salvada, miró hacia otro sitio no queriendo contestar a su pareja.
- Entonces ¡Es cierto! ¡Has denunciado a tu propia pareja a las abejas!- Exclamó atónito el tábano a la flor.- ¡Mírame cuando te hablo pedazo de...!
Antes de terminar la frase un par de abejas golpearon al tábano y le mostraron sus imponentes agujas.
- Callese y vayase. Sino aténgase a las consecuencias.- Dijo otra abeja.
- ¡No me callo! Esa de ahí es mi flor ¡Mía! De nadie más ¿Me oís?- Gritó coleríco el tábano.
- Llevaoslo fuera de la pradera.- Ordenó la que parecía ser la jefa de las abejas.
Mientras se llevaban al tábano este no cesaba de lanzar espantosas amenazas a la flor.
- ¡Te mataré! Lo juro. En cuanto pueda partiré en dos tu asqueroso tallo. Soy tu tábano y tú eres mi flor, que no se te olvide. Sino estás conmigo no estarás con nadie. ¡Morirás! ¡Te arrancaré...!
Una vez que se llevaron al tábano una de las abejas le dijo a la flor.
- Ya puede estar tranquila. Se han llevado al tábano.
Aún con el miedo en el cuerpo la flor agradeció a la abeja lo que había hecho por ella.
- Muchas gracias. Me habeis salvado la vida. Si no fuera por vosotros probablemente ya estaría...
- Disculpe pero tengo muchas cosas que hacer. Hay mucho trabajo en esta pradera. Buenas noches.- Y diciendo esto se fue rapidamente la abeja dejando sola y sin poder expresar su sentir a la flor.
Pasaron unos días desde aquello. La mañana estaba totalmente nublada y a riesgo de que empezase a llover, el saltamontes saltaba velozmente en busca de un refugio adecuado. No había tiempo que perder, debía resguardarse lo antes posible.
Quizás la flor supiese un buen lugar en donde pasar el chaparrón. No estaba muy lejos de ella. De paso le haría una visita. Ya no era tan bella como antes pero seguía siendo muy agradable conversar con ella. El saltamontes llamó a la flor. Le parecía extraño no encontrarla. Él no se solía equivocar de dirección.
- Debería estar aquí. ¿Adónde habrá ido? A ninguna parte, es una flor, no puede moverse. Entonces ¿Dónde está?- Miró a su alrededor y no la vió por ningún sitio hasta que miró hacia el suelo. Un enorme trueno rugió con fiereza desde las alturas y en aquel momento comenzó a llover. En el suelo tirada y marchita se encontraba su amiga la flor, junto al cuerpo inerte del tábano.
Éste cumplió finalmente su promesa. Aquel día las abejas estaban atareadas arreglando su propio panal, asi que nadie acudió a protegerla. Murió a manos del tábano, que viendo el fruto de su fatal acción, decidió quitarse la vida.¡Qué lástima! Una flor tan bonita terminar así. Ese maldito tábano. Ya podía haberse quitado la vida antes de quitársela a otro ser, se decía el saltamontes. Pero ¿Dónde había estado él mientras tanto? Su amiga necesitaba ayuda y nadie se la quiso dar. Tampoco él. Estaba más preocupado en sus asuntos, que nada tenían de importante, que en la flor. Lloró brevemente hasta alejarse dando grandes saltos. Una vez que se resguardó de la lluvia se olvido de la flor y pensó una nueva manera de poder saltar aún más alto.
El agua empapaba el suelo y lo convertía en fango. De él surgieron horribles gusanos que inmediatamente rodearon y enterraron al tábano bajo el montículo de estiercol en donde yacía su cuerpo. Simultaneamente una hermosísima mariposa sobrevolaba la pradera majestuosamente sin afectarle las gotas de lluvia que caían sobre ella. Los intensos colores de sus alas brillaban intensamente y dejaban un halo de mágicas chispas a su paso. Delicadamente posó sus patas en la flor y se la llevó a las alturas. A un jardín imperecedero donde ésta podría ser feliz, mostrando con orgullo su belleza mientras los demás seres la admirarían por ser como era y jugarían y reirían junto a ella para siempre.
A la despedida de los restos de la flor asistieron todos los que la conocieron. La chismosa araña, el aprendiz de fiscal señor escarabajo, el tan valiente como guapo saltamontes, la beata libélula...Cuando se hizo el segundo de silencio propuesto por el hermoso vuelo de la mariposa, algo parecido a unas lágrimas brillaron en los ojillos de los presentes; Algo molesto les hacía difícil la respiración, como si alguien apretara sus diminutos tórax.
Era su conciencia, que demasiado tarde les decía que podían, que debían haber hecho algo más. Que debían haber prestado algo de ayuda, un poco de su tiempo a su amiga, a su vecina, a su cariñosa, bellísima, delicada y frágil flor.
Antes de que la multitudinaria reunión se dispersase (Todos tenían importantes tareas que hacer, que de nuevo les sumergiría en sus grises y seguros mundos) el mismo pensamiento se les vino a la cabeza. Las mañanas serían menos coloridas no ya por los hermosos pétalos, si no por la dulce y siempre cálida compañia deLa Flor.
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