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La Mazmorra Abandon - La mejor selección de abandonware de terror y misterio de la red :: Ver tema - La sombra sobre Innsmouth - Parte 5
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mercenario Alquimista del mal
Registrado: Mar 17, 2006 Mensajes: 2280
Publicado: Lun Jul 23, 2007 12:35 am Asunto : La sombra sobre Innsmouth - Parte 5
Aqui esta la ultima parte...
V
Me despertaron los suaves rayos del sol. Me encontraba en medio de unos matorrales, en la zanja del ferrocarril. Me levanté y salà tambaleándome a la carretera. No habÃa una sola huella en el barro fresco, ni olor a pescado en el aire. Los tejados ruinosos y los deshechos campanarios de Innsmouth asomaban grisáceos por el sudoeste, pero no se veÃa ni un ser viviente en toda la zona desolada de las marismas. Mi reloj andaba todavÃa. Eran más de las doce.
TenÃa una vaga idea de lo que habÃa sucedido, pero en el fondo de mi mente palpitaba el sentimiento de algo tremendamente espantoso. DebÃa alejarme a toda costa de la sombra maligna de Innsmouth, asà que traté de valerme de mis miembros entumecidos y fatigados. A pesar de la debilidad, del hambre, el horror y el aturdimiento, me sentà al cabo con fuerzas para caminar, y emprendà la marcha, sin prisas ya, por la enfangada carretera de Rowley. Al anochecer me encontraba en Rowley, bien comido y con ropas presentables. Tomé el tren de la noche para Arkham, y al dÃa siguiente me presenté a las autoridades locales para hacer unas largas declaraciones, que repetà a mi llegada a Boston. El público ya conoce las consecuencias de mi denuncia, y verdaderamente me gustarÃa no tener nada más que añadir. Tal vez la locura se está apoderando de mÃ. Puede que me encuentre bajo la amenaza de un horror -acaso de un prodigio- aún mayor.
Como es fácil comprender, renuncié al resto del programa -viajes de interés arquitectónico y arqueológico, visitas a museos, etcétera- que con tanto entusiasmo habÃa confeccionado. Tampoco quise contemplar cierta pieza de orfebrerÃa que, según me habÃan dicho, se guardaba en el Museo de la Universidad del Miskatonic. En cambio, aproveché mi estancia en Arkham para recoger algunos datos genealógicos de mi familia que, desde hacÃa tiempo tenÃa ganas de poseer. Cierto que dichos datos eran poco precisos, pero ya los ordenarÃa más adelante, cuando tuviera tiempo. El conservador de los archivos históricos de Arkham, Mr. Lapham Peabody, me ayudó con gran amabilidad y manifestó un interés excepcional cuando le dije que era nieto de Eliza Orne, de Arkham, nacida en 1867 y casada con James Williamson, de Ohio, a la edad de diecisiete años.
Al parecer, un tÃo materno mÃo habÃa estado allà muchos años antes, en busca de los mismos datos que a mà me interesaban, y la familia de mi abuela habÃa sido -o aún lo era- objeto de comidillas en la localidad. Mr. Peabody dijo que poco después de la Guerra Civil, cuando se casó el padre de mi abuela, Benjamin Orne, se suscitaron violentas discusiones debido a que el linaje de la novia era particularmente enigmático. Lo único que se averiguó fue que era huérfana y que pertenecÃa a una rama de los Marsh establecida en New Hampshire y que, al parecer, era prima de los Marsh del condado de Essex. Pero se habÃa educado en Francia y ella misma sabÃa muy poco de su familia. Su tutor -un sujeto cuyo nombre no resultaba familiar a los habitantes de Arkham- habÃa depositado fondos en un banco de Boston para su manutención y el pago de una institutriz francesa. Al cabo de cierto tiempo, el tutor dejó de dar señales de vida, de suerte que la institutriz asumió este papel por decisión de un tribunal. La francesa -hace ya muchos años que murió- era muy reservada. HabÃa quienes decÃan que de haber contado todo lo que sabÃa esa mujer, se habrÃan podido aclarar muchos misterios.
Pero lo más desconcertante era que nadie habÃa podido hallar ninguna referencia a los presuntos padres de la muchacha -Enoch Marsh y Lydia Meserve- entre las familias conocidas de New Hampshire. Muchos han opinado que tal vez mi bisabuela fuese hija natural de algún Marsh de elevada posición. Lo cierto es que tenÃa los mismos ojos de los Marsh. Sea como fuere, el caso es que murió muy joven al nacer su única hija, es decir, mi abuela materna. Como yo acababa de pasar por un trance muy desagradable en el que se habÃa visto implicado el nombre de Marsh, no me hizo ninguna gracia encontrármelo en mi propio árbol genealógico. Tampoco me agradó que el señor Peabody me dijera que yo tenÃa los ojos tÃpicos de los Marsh. De todas formas, le di las gracias por los datos que me habÃa proporcionado y tomé una gran cantidad de datos y referencias bibliográficas relativos a la familia Orne, de la que habÃa abundante documentación en los archivos.
De Boston fui directamente a Toledo, a casa. Poco después marché a Maumee, donde pasé un mes reponiéndome de la dura prueba. En el mes de septiembre volvà a la Universidad de Oberlin para cursar mi último año, y durante todo ese curso me dediqué a mis estudios y a otras actividades igualmente saludables. Sólo tuve ocasión de recordar los horrores pasados con motivo de las visitas ocasionales que me hicieron las autoridades encargadas de llevar adelante la campaña suscitada por mis declaraciones. A mediados de julio -justo un año después de mi aventura en Innsmouth- pasé una semana en Cleveland con la última familia de mi difunta madre. Durante esos dÃas me dediqué a confrontar los nuevos datos genealógicos que habÃa recogido en Arkham, con diversas notas, historias familiares y documentos testamentarios que conservaba allà mi familia. Mi objeto era restablecer un árbol genealógico familiar completo y coherente.
MentirÃa si dijese que disfruté con este trabajo; el ambiente de la casa de los Williamson siempre me habÃa deprimido. En él habÃa como una continua tensión morbosa. De pequeño, a mi madre no le gustaba que fuera a visitar a sus padres; en cambio, cuando su padre venÃa a Toledo, ella lo trataba con mucho cariño. Mi abuela materna era de Arkham, y siempre me inspiró un sentimiento extraño, casi de terror. Cuando murió, creo que no lo sentà en absoluto. TenÃa yo entonces ocho años. DecÃan que habÃa muerto de pena por el suicidio de mi tÃo Douglas, que era su hijo mayor. Este tÃo Douglas es precisamente el que se pegó un tiro al regreso de un viaje a Nueva Inglaterra, en el curso del cual habÃa consultado los archivos de la Sociedad de Estudios Históricos de Arkham.
Este tÃo Douglas se parecÃa mucho a mi abuela, y tampoco me habÃa gustado nunca. Ambos tenÃan una expresión de fijeza en la mirada, como si no pestañeasen, que me producÃa una vaga y desagradable inquietud. Mi madre y mi tÃo Walter no eran asÃ; se parecÃan a su padre. En cambio el pobre Lawrence, mi primo, hijo de Walter, habÃa sido el vivo retrato de nuestra abuela; al menos hasta que su estado mental hizo necesario recluirle para siempre en un hospital psiquiátrico. Hace cuatro años que no lo he visto, pero mi tÃo me dio a entender una vez que su estado mental y fÃsico era deplorable. Esta fue probablemente la causa principal de la muerte de su madre que ocurrió dos años antes.
Mi familia de Cleveland la componÃan mi abuelo y su hijo Walter, viudo ya; pero la casona que habitaban conservaba el ambiente denso y enrarecido de los viejos tiempos. Esta atmósfera me resultaba tan desagradable, que procuré terminar cuanto antes mis investigaciones. Mi abuelo me proporcionó abundante material sobre los Williamson, pero en lo que respecta a los Orne, tuve que recurrir a mi tÃo Walter, que puso a mi disposición las carpetas donde se guardaban cartas, recortes, legados, fotografÃas y miniaturas de la familia.
Repasando las cartas y los retratos de los Orne, empecé a sentir una especie de terror hacia mis antepasados. Como he dicho, mi abuela y mi tÃo Douglas me habÃan inquietado siempre. Ahora, años después de haber desaparecido, contemplé sus rostros con un profundo sentimiento de aversión. Al principio no podÃa comprender la razón, pero poco a poco se fue imponiendo a mi subconsciente una especie de comparación, cuya remota posibilidad se negaba a admitir mi razón, Era innegable que la expresión caracterÃstica de aquellos dos rostros me sugerÃan algo que antes no habrÃa podido ni sabido comprender. En cambio ahora la sola idea de aceptarla me producÃa un pánico inenarrable.
Pero aún. sentà una impresión mucho más violenta cuando mi tÃo me mostró las joyas de los Orne que se guardaban en la caja fuerte de un banco. Algunas de ellas eran exquisitas, realmente primorosas, pero habÃa un estuche con extrañas piezas de orfebrerÃa que habÃan pertenecido a mi misteriosa bisabuela. Mi tÃo casi habrÃa preferido no abrir el estuche. Dijo que las piezas estaban adornadas con detalles grotescos y repulsivos, y que nunca, a juicio suyo, habÃan sido llevadas en público. Sin embargo, mi abuela disfrutaba contemplándolas a solas. Sobre tales joyas habÃan circulado vagas leyendas que les atribuÃan cierto poder maléfico. La institutriz de mi bisabuela habÃa dicho que no era conveniente ponérselas en Nueva Inglaterra, pero que en Europa se podÃan llevar sin peligro.
Al comenzar a desenvolver los objetos, mi tÃo me pidió que no me dejase impresionar por el extraño efecto de horror que producÃan los dibujos. Los habÃan visto varios artistas y arqueólogos; todos aseguraron que se trataba de verdaderas obras de arte, y elogiaron mucho su belleza. Sin embargo, ninguno logró identificar con qué metal habÃan sido elaboradas las piezas, ni a qué estilo o escuela podÃan adscribirse. En total se trataba de dos brazaletes, una tiara y una especie de pectoral, Este último estaba ornado con ciertas figuras en relieve de una extravagancia casi insoportable.
Mientras escribo estoy tratando de contener violentamente mis emociones, pero en aquel momento mi cara debió de reflejarlas en el acto. Mi tÃo se alarmó; dejó a medio desenvolver las joyas y se me quedó mirando con ojos atónitos. Le rogué que continuara, y él me obedeció con renovada repugnancia. ParecÃa temer alguna reacción mÃa cuando apareciese la primera pieza, una tiara, pero dudo mucho que se esperase lo que realmente sucedió. De todos modos, yo tampoco me lo esperaba. Lo que pasó fue sencillamente que caà desvanecido, sin decir palabra, igual que en la zanja del ferrocarril, entre las zarzas, el año anterior.
A partir de ese momento mi vida ha sido una pesadilla de lucubraciones y pensamientos tenebrosos. Y a no sé dónde termina la espantosa realidad y dónde comienza la locura. Mi bisabuela era una Marsh de origen desconocido, y su marido habÃa vivido en Arkham… Pero, ¿no dijo el viejo Zadok que Obed Marsh habÃa logrado casar a la hija que le diera su monstruosa segunda esposa, con un individuo de Arkham? ¿Y no habÃa aludido el viejo borracho al parecido de mis ojos con los del capitán Obed? Y también en Arkham el conservador me habÃa dicho que yo tenÃa los ojos tÃpicos de los Marsh. ¿Era, pues, Obed Marsh mi tatarabuelo? Y entonces, ¿quién, o mejor dicho, qué habÃa sido mi tatarabuela? Pero quizá todo esto no fueran más que desvarÃos. Aquellos ornamentos de oro pálido pudieron ser comprados por el padre de mi bisabuela, quienquiera que fuese, a algún marinero de Innsmouth. Y aquella expresión de fijeza impasible de los rostros de mi abuela y mi tÃo Douglas, el que se suicidó, tal vez no fuese sino un engaño de mis sentidos, pura fantasÃa nacida de mi experiencia de Innsmouth, cuyo recuerdo aún me hacÃa estremecer. Pero si. es asÃ, ¿por qué entonces se habÃa quitado la vida mi tÃo, precisamente después de indagar sobre sus antepasados?
Durante más de dos años he luchado por apartar de mà todos esos pensamientos, algunas veces con éxito. Mi padre me consiguió un empleo en una compañÃa de seguros, y yo me consagré febrilmente a mi ocupación rutinaria para no pensar. En el invierno de 1930-31, no obstante, empezaron los sueños. Al principio me venÃan de manera esporádica y solapada; luego, a medida que pasaban las semanas, se hicieron más frecuentes y más vÃvidos. Ante mà se abrÃan en sueños grandes espacios acuáticos por los que yo flotaba a través de inmensos pórticos sumergidos y de murallas ciclópeas cubiertas de algas. En un principio soñé con peces grotescos que me acompañaban en mis vagabundeos submarinos. Después comenzaron a aparecer otras formas que me llenaban de horror al despertar, pero que durante el sueño no me causaban el más ligero temor... yo era uno de ellos, llevaba sus mismos adornos, recorrÃa con ellos las sendas de la mar, y juntos orábamos en sus grandiosos templos subacuáticos.
Al despertar no lograba acordarme de todo, pero los fragmentos que recordaba habrÃan bastado para hacerme pasar por un loco, o quizá por un poeta maldito. Por otra parte, sentÃa un impulso irracional a apartarme de la vida sana y ordinaria que llevaba, y a lanzarme a las tinieblas y la locura. Combatà este impulso, y mi lucha desesperada fue arruinando mi salud. Finalmente me vi obligado a dejar mi colocación y a vivir encerrado, como un inválido. SufrÃa alguna desconocida enfermedad del sistema nervioso, que a veces incluso me impedÃa cerrar los ojos.
Por entonces empecé a estudiarme en el espejo con creciente ansiedad. Nunca es agradable contemplar los lentos estragos que produce la enfermedad, pero en mi caso habÃa algo más, algo sutil e inexplicable. Mi padre debió notarlo también, porque comenzó a mirarme con asombro y casi con espanto. ¿Qué me estaba sucediendo? ¿Acaso me iba pareciendo cada vez más a mi abuela y a mi tÃo Douglas?
Una noche tuve un sueño terrible. Soñé que me encontraba con mi abuela bajo la mar. VivÃa ella en un palacio fosforescente, lleno de terrazas, rodeado de extraños jardines donde nacÃan corales leprosos y monstruosas flores submarinas, y salÃa a recibirme con una amabilidad casi burlona. Me dijo que habÃa sufrido una gran metamorfosis y que habÃa regresado a las aguas, que ella no habÃa muerto, sino que habÃa huido a un reino maravilloso que su hijo Douglas habÃa llegado a sospechar, pero cuyos prodigios -destinados también a él- habÃa despreciado al suicidarse. Este reino también me estaba destinado a mÃ. No podrÃa sustraerme a mi destino. SerÃa inmortal y vivirÃa para siempre con aquellos que ya existÃan cuando el hombre aún no habÃa aparecido sobre la faz de la tierra.
También encontré a la misteriosa abuela de mi abuela. Durante ocho mil años, Pth'thya-l'yi -tal era su nombre- habÃa vivido en Y'ha-nthlei, adonde habÃa regresado después de la muerte de su esposo Obed Marsh. Y'ha-nthlei no habÃa sido destruida cuando los hombres de la tierra habÃan arrojado explosivos a la mar. La habÃan dañado, pero no destruido. Los Profundos no pueden ser exterminados jamás, aun cuando a veces la magia arcaica de los Primordiales, hoy olvidada, consiga reducirlos a la impotencia. Ahora descansan, pero algún dÃa, cuando despierten plenamente, se levantarán de nuevo para exigir el tributo que el Gran Cthulhu anhela. Ese dÃa atacarán una ciudad más grande que Innsmouth. Su intención es extenderse por toda la superficie del globo, y para ello cuentan con algo terrible que les ayudará en la lucha. Pero el dÃa aún no habÃa llegado. Yo tenÃa que cumplir una penitencia por haber provocado la muerte de muchos de sus compañeros de tierra firme, pero el castigo no serÃa duro. Este fue el sueño en que vi por vez primera a un shoggoth. Al verlo, di un grito espantoso y me desperté. Esa misma mañana comprobé ante el espejo que mi rostro tenÃa, de manera inconfundible, la pinta de Innsmouth.
Por ahora no me he pegado un tiro como mi tÃo Douglas. He comprado una pistola y a punto he estado de acabar con mi vida, pero tuve un sueño que me disuadió. Mi horror y mi ansiedad se han ido relajando, y en ocasiones me siento extrañamente atraÃdo por las desconocidas profundidades de la mar. Ya no temo a las regiones submarinas. Cuando estoy dormido oigo y hago cosas más bien raras, y me despierto exaltado, gozoso, sin la menor sombra de temor. Creo que no debo esperar como los demás a que me venga la metamorfosis. Si lo hiciera, probablemente mi padre me encerrarÃa en un sanatorio, como encerraron a mi pobre primo Lawrence. Un futuro prodigioso me aguarda en los abismos, y no tardará. ¡Iä-R'lyeh! ¡Cthulhu fhtagn! ¡Iä! ¡Iä! No, no me pegaré un tiro… ¡Yo no estoy destinado al suicidio!
Urdiré un plan para que pueda escapar mi primo del manicomio y correremos juntos hacia la mágica ciudad de Innsmouth. Nadaremos hasta el arrecife, nos sumergiremos en los negros abismos hasta la ciclópea Y'ha-nthlei, la de las mil columnas. Y allÃ, en compañÃa de los Profundos, viviremos por siempre en un mundo de maravilla y de gloria.
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