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La Mazmorra Abandon - La mejor selección de abandonware de terror y misterio de la red :: Ver tema - Drácula - Cap. XI
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Corrie Torturador
Registrado: Feb 08, 2006 Mensajes: 308 Ubicación: Celda 321
Publicado: Lun Oct 16, 2006 10:35 am Asunto : Drácula - Cap. XI
V.- CARTA DE LA SEÑORITA MINA MURRAY A LA SEÑORITA LUCY WESTENRA
9 de mayo
"Mi muy querida Lucy
"Perdona mi tardanza en escribirte, pero he estado verdaderamente sobrecargada de trabajo. La vida de una ayudante de director de escuela es angustiosa. Me muero de ganas de estar contigo, y a orillas del mar, donde podamos hablar con libertad y construir nuestros castillos en el aire. Últimamente he estado trabajando mucho, debido a que quiero mantener el nivel de estudios de Jonathan, y he estado practicando muy activamente la taquigrafÃa. Cuando nos casemos le podré ser muy útil a Jonathan, y si puedo escribir bien en taquigrafÃa estaré en posibilidad de escribir de esa manera todo lo que dice y luego copiarlo en limpio para él en la máquina, con la que también estoy practicando muy duramente. Él y yo a veces nos escribimos en taquigrafÃa, y él esta llevando un diario estenográfico de sus viajes por el extranjero. Cuando esté contigo también llevaré un diario de la misma manera.
No quiero decir uno de esos diarios que se escriben a la ligera en la esquina de un par de páginas cuando hay tiempo los domingos, sino un diario en el cual yo pueda escribir siempre que me sienta inclinada a hacerlo. Supongo que no le interesará mucho a otra gente, pero no está destinado para ella. Algún dÃa se lo enseñaré a Jonathan, en caso de que haya algo en él que merezca ser compartido, pero en verdad es un libro de ejercicios. Trataré de hacer lo que he visto que hacen las mujeres periodistas: entrevistas, descripciones, tratando de recordar lo mejor posible las conversaciones. Me han dicho que, con un poco de práctica, una puede recordar de todo lo que ha sucedido o de todo lo que una ha oÃdo durante el dÃa. Sin embargo, ya veremos. Te contaré acerca de mis pequeños planes cuando nos veamos. Acabo de recibir un par de lÃneas de Jonathan desde Transilvania. Está bien y regresará más o menos dentro de una semana.
Estoy muy ansiosa de escuchar todas sus noticias. ¡Debe ser tan bonito visitar paÃses extraños! A veces me pregunto si nosotros, quiero decir Jonathan y yo, alguna vez los veremos juntos. Acaba de sonar la campana de las diez. Adiós.
"Te quiere,
MINA
"Dime todas las nuevas cuando me escribas. No me has dicho nada durante mucho tiempo. He escuchado rumores, y especialmente sobre un hombre alto, guapo, de pelo rizado. (???)"
Carta de Lucy Westenra a Mina Murray
Calle de Chatham, 17
Miércoles
"Mi muy querida Mina:
"Debo decir que me valúas muy injustamente al decir que soy mala para la correspondencia. Te he escrito dos veces desde que nos separamos, y tu última carta sólo fue la segunda. Además, no tengo nada que decirte. Realmente no hay nada que te pueda interesar. La ciudad está muy bonita por estos dÃas, y vamos muy a menudo a las galerÃas de pintura y a caminar o a andar a caballo en el parque. En cuanto al hombre alto, de pelo rizado, supongo que era el que estaba conmigo en el último concierto popular. Evidentemente, alguien ha estado contando cuentos chinos. Era el señor Holmwood. Viene a menudo a vernos, y se lleva muy bien con mamá; tienen muchas cosas comunes de que hablar. Hace algún tiempo encontramos a un hombre que serÃa adecuado para ti si no estuvieras ya comprometida con Jonathan. Es un partido excelente; guapo, rico y de buena familia. Es médico y muy listo. ¡ImagÃnatelo! Tiene veintinueve años de edad y es propietario de un inmenso asilo para lunáticos, todo bajo su dirección. El señor Holmwood me lo presentó y vino aquà a vernos, y ahora nos visita a menudo. Creo que es uno de los hombres más resueltos que jamás he visto, y sin embargo, el más calmado. Parece absolutamente imperturbable. Me puedo imaginar el magnÃfico poder que tiene sobre sus pacientes. Tiene el curioso hábito de mirarlo a uno directamente a la cara como si tratara de leerle los pensamientos. Trata de hacer esto muchas veces conmigo, pero yo me jacto de que esta vez se ha encontrado con una nuez demasiado dura para quebrar. Eso lo sé por mi espejo. ¿Nunca has tratado de leer tu propia cara? Yo sÃ, y te puedo decir que no es un mal estudio, y te da más trabajo del que puedes imaginarte si nunca lo has intentado todavÃa. Él dice que yo le proporciono un curioso caso psicológico, y yo humildemente creo que asà es. Como tú sabes, no me tomo suficiente interés en los vestidos como para ser capaz de describir las nuevas modas. El tema de los vestidos es aburrido. Eso es otra vez slang, pero no le hagas caso; Arthur dice eso todos los dÃas. Bien, eso es todo. Mina, nosotras nos hemos dicho todos nuestros secretos desde que éramos niñas; hemos dormido juntas y hemos comido juntas, hemos reÃdo y llorado juntas; y ahora, aunque ya haya hablado, me gustarÃa hablar más. ¡Oh, Mina! ¿No pudiste adivinar? Lo amo; ¡lo amo! Vaya, eso me hace bien. DesearÃa estar contigo, querida, sentadas en confianza al lado del fuego, tal como solÃamos hacerlo; entonces tratarÃa de decirte lo que siento; no sé siquiera cómo estoy escribiéndote esto. Tengo miedo de parar, porque pudiera ser que rompiera la carta, y no quiero parar, porque deseo decÃrtelo todo. Mándame noticias tuyas inmediatamente, y dime todo lo que pienses acerca de esto. Mina, debo terminar. Buenas noches.
BendÃceme en tus oraciones, y, Mina, reza por mi felicidad.
LUCY
"P. D. No necesito decirte que es un secreto. Otra vez, buenas noches."
Carta de Lucy Westenra a Mina Murray
24 de mayo
"Mi queridÃsima Mina:
"Gracias, gracias y gracias otra vez por tu dulce carta. ¡Fue tan agradable poder sentir tu simpatÃa!
"Querida mÃa, nunca llueve sino a cántaros. ¡Cómo son ciertos los antiguos proverbios! Aquà me tienes, a mà que tendré veinte años en septiembre, y que nunca habÃa tenido una proposición hasta hoy; no una verdadera, y hoy he tenido hasta tres. ¡ImagÃnatelo! ¡TRES proposiciones en un dÃa! ¿No es terrible? Me siento triste, verdadera y profundamente triste, por dos de los tres sujetos. ¡Oh, Mina, estoy tan contenta que no sé qué hacer conmigo misma! ¡Y tres proposiciones de matrimonio!
Pero, por amor de Dios, no se lo digas a ninguna de las chicas, o comenzarÃan de inmediato a tener toda clase de ideas extravagantes y a imaginarse ofendidas, y desairadas, si en su primer dÃa en casa no recibieran por lo menos seis; ¡algunas chicas son tan vanas! Tú y yo, querida Mina, que estamos comprometidas y pronto nos vamos a asentar sobriamente como viejas mujeres casadas, podemos despreciar la vanidad.
Bien, debo hablarte acerca de los tres, pero tú debes mantenerlo en secreto, sin decÃrselo a nadie, excepto, por supuesto, a Jonathan. Tú se lo dirás a él, porque yo, si estuviera en tu lugar, se lo dirÃa seguramente a Arthur. Una mujer debe decirle todo a su marido, ¿no crees, querida?, y yo debo ser justa. A los hombres les gusta que las mujeres, desde luego sus esposas, sean tan justas como son ellos; y las mujeres, temo, no son siempre tan justas como debieran serlo. Bien, querida, el número uno llegó justamente antes del almuerzo. Ya te he hablado de él: el doctor John Seward, el hombre del asilo para lunáticos, con un fuerte mentón y una buena frente. Exteriormente se mostró muy frÃo, pero de todas maneras estaba nervioso. Evidentemente estuvo educándose a sà mismo respecto a toda clase de pequeñas cosas, y las recordaba; pero se las arregló para casi sentarse en su sombrero de seda, cosa que los hombres generalmente no hacen cuando están tranquilos, y luego, al tratar de parecer calmado, estuvo jugando con una lanceta, de una manera que casi me hizo gritar. Me habló, Mina, muy directamente. Me dijo cómo me querÃa él, a pesar de conocerme de tan poco tiempo, y lo que serÃa su vida si me tenÃa a mà para ayudarle y alegrarlo. Estaba a punto de decirme lo infeliz que serÃa si yo no lo quisiera también a él, pero cuando me vio llorando me dijo que él era un bruto y que no querÃa agregar más penas a las presentes. Entonces hizo una pausa y me preguntó si podÃa llegar a amarlo con el tiempo; y cuando yo movà la cabeza negativamente, sus manos temblaron, y luego, con alguna incertidumbre, me preguntó si ya me importaba alguna otra persona. Me dijo todo de una manera muy bonita, alegando que no querÃa obligarme a confesar, pero que lo querÃa saber, porque si el corazón de una mujer estaba libre un hombre podÃa tener esperanzas. Y entonces, Mina, sentà una especie de deber decirle que ya habÃa alguien. Sólo le dije eso, y él se puso en pie, y se veÃa muy fuerte y muy serio cuando tomó mis dos manos en las suyas y dijo que esperaba que yo fuese feliz, y que si alguna vez yo necesitaba un amigo debÃa de contarlo a él entre uno de los mejores. ¡Oh, mi querida Mina, no puedo evitar llorar: debes perdonar que esta carta vaya manchada. Es muy bonito que se le propongan a una y todas esas cosas, pero no es para nada una cosa alegre cuando tú ves a un pobre tipo, que sabes te ama honestamente, alejarse viéndose todo descorazonado, y sabiendo tú que, no importa lo que pueda decir en esos momentos, te estás alejando para siempre de su vida. Mi querida, de momento debo parar aquÃ, me siento tan mal, ¡aunque estoy tan feliz!
Noche, "Arthur se acaba de ir, y me siento mucho más animada que cuando dejé de escribirte, de manera que puedo seguirte diciendo lo que pasó durante el dÃa. Bien, querida, el número dos llegó después del almuerzo. Es un tipo tan bueno, un americano de Tejas, y se ve tan joven y tan fresco que parece imposible que haya estado en tantos lugares y haya tenido tantas aventuras. Yo simpatizo con la pobre Desdémona cuando le echaron al oÃdo tan peligrosa corriente, incluso por un negro. Supongo que nosotras las mujeres somos tan cobardes que pensamos que un hombre nos va a salvar de los miedos, y nos casamos con él. Yo ya sé lo que harÃa si fuese un hombre y deseara que una muchacha me amara. No, no lo sé, pues el señor Morris siempre nos contaba sus aventuras, y Arthur nunca lo hizo, y sin embargo, Querida, no sé cómo me estoy adelantando. El señor Quincey P. Morris me encontró sola. Parece ser que un hombre siempre encuentra sola a una chica. No, no siempre, pues Arthur lo intentó en dos ocasiones distintas, y yo ayudándole todo lo que podÃa; no me da vergüenza decirlo ahora. Debo decirte antes que nada, que el señor Morris no habla siempre slang; es decir, no lo habla delante de extraños, pues es realmente bien educado y tiene unas maneras muy finas, pero se dio cuenta de que me hacÃa mucha gracia oÃrle hablar el slang americano, y siempre que yo estaba presente, y que no hubiera nadie a quien pudiera molestarle, decÃa cosas divertidas. Temo, querida, que tiene que inventárselo todo, pues encaja perfectamente en cualquier otra cosa que tenga que decir. Pero esto es una cosa propia del slang. Yo misma no sé si algún dÃa llegaré a hablar slang; no sé si le gusta a Arthur, ya que nunca le he oÃdo utilizarlo. Bien, el señor Morris se sentó a mi lado y estaba tan alegre y contento como podÃa estar, pero de todas maneras yo pude ver que estaba muy nervioso. Tomó casi con veneración una de mis manos entre las suyas, y dijo, de la manera más cariñosa:
"Señorita Lucy, sé que no soy lo suficientemente bueno como para atarle las cintas de sus pequeños zapatos, pero supongo que si usted espera hasta encontrar un hombre que lo sea, se irá a unir con esas siete jovenzuelas de las lámparas cuando se aburra. ¿Por qué no se engancha a mi lado y nos vamos por el largo camino juntos, conduciendo con dobles arneses?
"Bueno, pues estaba de tan buen humor y tan alegre, que no me pareció ser ni la mitad difÃcil de negármele como habÃa sido con el pobre doctor Seward; asà es que dije, tan ligeramente como pude, que yo no sabÃa nada acerca de cómo engancharme, y que todavÃa no estaba lo suficientemente madura como para usar un arnés. Entonces él dijo que habÃa hablado de una manera muy ligera, y que esperaba que si habÃa cometido un error al hacerlo asÃ, en una ocasión tan seria y trascendental para él, que yo lo perdonara. Verdaderamente estuvo muy serio cuando dijo esto, y yo no pude evitar sentirme también un poco seria (lo sé, Mina, que pensarás que soy una coqueta horrorosa), aunque tampoco pude evitar sentir una especie de regocijo triunfante por ser el número dos en un dÃa. Y entonces, querida, antes de que yo pudiese decir una palabra, comenzó a expresar un torrente de palabras amorosas, poniendo su propio corazón y su alma a mis pies. Se veÃa tan sincero sobre todo lo que decÃa que yo nunca volveré a pensar que un hombre debe ser siempre juguetón, y nunca serio, sólo porque a veces se comporte alegremente. Supongo que vio algo en mi rostro que lo puso en guardia, pues repentinamente se interrumpió, y dijo, con una especie de fervor masculino que me hubiese hecho amarlo si yo hubiese estado libre, si mi corazón no tuviera ya dueño, lo siguiente:
"Lucy, usted es una muchacha de corazón sincero; lo sé. No estarÃa aquà hablando con usted como lo estoy haciendo ahora si no la considerara de alma limpia, hasta en lo más profundo de su ser. DÃgame, como un buen compañero a otro, ¿hay algún otro hombre que le interese? Y si lo hay, jamás volveré a tocar ni siquiera una hebra de su cabello, pero seré, si usted me lo permite, un amigo muy sincero.
"Mi querida Mina, ¿por qué son los hombres tan nobles cuando nosotras las mujeres somos tan inmerecedoras de ellos? Heme aquà casi haciendo burla de este verdadero caballero de todo corazón. Me eché a llorar (temo, querida, que creerás que esta es una carta muy chapucera en muchos sentidos), y realmente me sentà muy mal. ¿Por qué no le pueden permitir a una muchacha que se case con tres hombres, o con tantos como la quieran, para evitar asà estas molestias? Pero esto es una 'herejÃa', y no debo decirla. Me alegra, sin embargo, decirte que a pesar de estar llorando, fui capaz de mirar a los valientes ojos del señor Morris y de hablarle sin rodeos: "SÃ; hay alguien a quien amo, aunque él todavÃa no me ha dicho que me quiere.
"Estuvo bien que yo le hablara tan francamente, pues una luz pareció iluminar su rostro, y extendiendo sus dos manos, tomó las mÃas, o creo que fui yo quien las puso en las de él, y dijo muy emocionado:
"Asà es, mi valiente muchacha. Vale más la pena llegar tarde en la posibilidad de ganarla a usted, que llegar a tiempo por cualquier otra muchacha en el mundo. No llore, querida. Si es por mÃ, soy una nuez muy dura de romper; lo aguantaré de pie. Si ese otro sujeto no conoce su dicha, bueno, pues lo mejor es que la busque con rapidez o tendrá que vérselas conmigo. Pequeña, su sinceridad y ánimo han hecho de mà un amigo, y eso es todavÃa más raro que un amante; de todas maneras, es menos egoÃsta. Querida, voy a tener que hacer solo esta caminata hasta el Reino de los Cielos. ¿No me darÃa usted un beso? Será algo para llevarlo a través de la oscuridad, ahora y entonces. Usted puede hacerlo, si lo desea, pues ese otro buen tipo (debe ser un magnÃfico tipo, querida; un buen sujeto, o usted no podrÃa amarlo) no ha hablado todavÃa.
"Eso casi me ganó, Mina, pues fue valiente y dulce con él, y también noble con un rival (¿no es as�) y él, ¡tan triste! Asà es que me incliné hacia adelante y lo besé con ternura.
"Se puso en pie con mis dos manos en las suyas, y mientras miraba hacia abajo, a mi cara, temo que yo estaba muy sonrojada, dijo:
"Muchachita, yo sostengo sus manos y usted me ha besado, y si estas cosas no hacen de nosotros buenos amigos, nada lo hará. Gracias por su dulce sinceridad conmigo, y adiós.
"Soltó mi mano, y tomando el sombrero, salió del cuarto sin volverse a ver, sin derramar una lágrima, sin temblar ni hacer una pausa. Y yo estoy llorando como un bebé. ¡Oh!, ¿por qué debe ser infeliz un hombre como ese cuando hay muchas chicas cerca que podrÃan adorar hasta el mismo suelo que pisa? Yo sé que yo lo harÃa si estuviera libre, pero sucede que no quiero estar libre. Querida, esto me ha perturbado, y siento que no puedo escribir acerca de la felicidad ahora mismo, después de lo que te he dicho; y no quiero decir nada acerca del número tres, hasta que todo pueda ser felicidad.
"Te quiere siempre,
LUCY
"P. D.-¡Oh! Acerca del número tres, no necesito decirte nada acerca del número tres, ¿no es cierto? Además, ¡fue todo tan confuso! Pareció que sólo habÃa transcurrido un instante desde que habÃa entrado en el cuarto hasta que sus dos brazos me rodearon, y me estaba besando. Estoy muy, muy contenta, y no sé qué he hecho para merecerlo. Sólo debo tratar en el futuro de mostrar que no soy desagradecida a Dios por todas sus bondades, al enviarme un amor asÃ, un marido y un amigo.
"Adiós."
Del diario del doctor Seward (grabado en fonógrafo)
25 de mayo. Marea menguante en el apetito de hoy. No puedo comer; no puedo descansar, asà es que en su lugar, el diario. Desde mi fracaso de ayer siento una especie de vacÃo; nada en el mundo parece ser lo suficientemente importante como para dedicarse a ello. Como sabÃa que la única cura para estas cosas era el trabajo, me dediqué a mis pacientes. Escogà a uno que me ha proporcionado un estudio de mucho interés. Es tan raro que estoy determinado a entenderlo tanto como pueda. Me parece que hoy me acerqué más que nunca al corazón de su misterio.
Lo interrogué más detalladamente que otras veces, con el propósito de adueñarme de los hechos de su alucinación. En mi manera de hacer esto, ahora lo veo, habÃa algo de crueldad. Me parecÃa desear mantenerlo en el momento más alto de su locura, una cosa que yo evito hacer con los pacientes como evitarÃa la boca del infierno. (Recordar: ¿en qué circunstancias no evitarÃa yo el abismo del infierno?) Omnia Romae venalia sunt. ¡El infierno tiene su precio! verb sap. Si hay algo detrás de este instinto será de mucho valor rastrearlo después con gran precisión, de tal manera que mejor comienzo a hacerlo, y por lo tanto...
R. M. Renfield, aetat. 59. Temperamento sanguÃneo; gran fortaleza fÃsica; excitable mórbidamente; perÃodos de decaimiento que terminan en alguna idea fija, la cual no he podido descifrar. Supongo que el temperamento sanguÃneo mismo y la influencia perturbadora terminan en un desenlace mentalmente logrado; un hombre posiblemente peligroso, probablemente peligroso si es egoÃsta. En hombres egoÃstas, la cautela es un arma tan segura para sus enemigos como para ellos mismos. Lo que yo pienso sobre esto es que cuando el yo es la idea fija, la fuerza centrÃpeta es equilibrada a la centrÃfuga; cuando la idea fija es el deber, una causa, etc., la última fuerza es predominante, y sólo pueden equilibrarla un accidente o una serie de accidentes.
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guardian Administrador
Registrado: Oct 28, 2005 Mensajes: 9908
Publicado: Lun Oct 16, 2006 6:53 pm Asunto :
Gracias, Corrie. Hay algún usuario que está siguiendo con gran atención el desarrollo de la novela y estoy seguro que estaba ya ansioso por saber cómo continuaba la historia, jajaja.
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