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Drácula - Cap. XII
 
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Corrie
Torturador
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Registrado: Feb 08, 2006
Mensajes: 308
Ubicación: Celda 321
MensajePublicado: Dom Oct 22, 2006 7:21 pm Asunto: Drácula - Cap. XII Responder citando

Carta de Quincey P. Morris al honorable Arthur Holmwood
25 de mayo
"Mi querido Arthur:
"Hemos contado embustes al lado de una fogata en las praderas; y hemos atendido las heridas del otro después de tratar de desembarcar en las Marquesas; y hemos brindado a orillas del lago Titicaca. Hay más embustes que contar, y más heridas que sanar, y otro brindis que hacer. ¿No permitirás que esto sea así mañana por la noche en la fogata de mi campamento? No dudo al preguntártelo, pues sé que cierta dama está invitada a cierta cena, y tú estás libre. Sólo habrá otro convidado: nuestro viejo compinche en Corea, Jack Seward. El también va a venir, y los dos deseamos mezclar nuestras lágrimas en torno de la copa de vino, y luego hacer un brindis de todo corazón por el hombre más feliz de este ancho mundo, que ha ganado el corazón más noble que ha hecho Dios y es el que más merece ganárselo. Te prometemos una calurosa bienvenida y un saludo afectuoso, y un brindis tan sincero como tu propia mano derecha. Ambos juramos irte a dejar a casa si bebes demasiado en honor de cierto par de ojos. ¡Te espero!
"Tu sincero amigo de siempre,
QUINCEY P. MORRIS"
Telegrama de Arthur Holmwood a Quincey P. Morris
26 de mayo.
"Contad conmigo en todo momento. Llevo unos mensajes que os harán zumbar los oídos.
ART "

VI.- DIARIO DE MINA MURRAY

Whitby, 24 de julio. Encontré en la estación a Lucy, que parecía más dulce y bonita que nunca, y de allí nos dirigimos a la casa de Crescent, en la que tienen cuartos.
Es un lugar muy bonito. El pequeño río, el Esk, corre a través de un profundo valle, que se amplía a medida que se acerca al puerto. Lo atraviesa un gran viaducto, de altos machones, a través del cual el paisaje parece estar algo más lejos de lo que en realidad está. El valle es de un verde bellísimo, y es tan empinado que cuando uno se encuentra en la parte alta de cualquier lado se ve a través de él, a menos que uno esté lo suficientemente cerca como para ver hacia abajo. Las casas del antiguo pueblo (el lado más alejado de nosotros) tienen todas tejados rojos, y parecen estar amontonadas unas sobre otras de cualquier manera, como se ve en las estampas de Nüremberg.
Exactamente encima del pueblo están las ruinas de la abadía de Whitby, que fue saqueada por los daneses, lo cual es la escena de parte de "Marmion", cuando la muchacha es emparedada en el muro. Es una ruina de lo más noble, de inmenso tamaño, y llena de rasgos bellos y románticos; según la leyenda, una dama de blanco se ve en una de las ventanas. Entre la abadía y el pueblo hay otra iglesia, la de la parroquia, alrededor de la cual hay un gran cementerio, todo lleno de tumbas de piedra. Según mi manera de ver, este es el lugar más bonito de Whitby, pues se extiende justamente sobre el pueblo y se tiene desde allí una vista completa del puerto y de toda la bahía donde el cabo Kettleness se introduce en el mar. Desciende tan empinada sobre el puerto, que parte de la ribera se ha caído, y algunas de las tumbas han sido destruidas. En un lugar, parte de las piedras de las tumbas se desparraman sobre el sendero arenoso situado mucho más abajo. Hay andenes, con bancas a los lados, a través del cementerio de la iglesia. La gente se sienta allí durante todo el día mirando el magnífico paisaje y gozando de la brisa. Vendré y me sentaré aquí muy frecuentemente a trabajar. De hecho, ya estoy ahora escribiendo sobre mis rodillas, y escuchando la conversación de tres viejos que están sentados a mi lado. Parece que no hacen en todo el día otra cosa que sentarse aquí y hablar.
El puerto yace debajo de mí, con una larga pared de granito que se introduce en el mar en el lado más alejado, con una curva hacia afuera, al final de ella, en medio de la cual hay un faro. Un macizo malecón corre por la parte exterior de ese faro. En el lado más cercano, el malecón forma un recodo doblado a la inversa, y su terminación tiene también un faro. Entre los dos muelles hay una pequeña abertura hacia el puerto, que de ahí en adelante se amplía repentinamente.
Cuando hay marea alta es muy bonito; pero cuando baja la marea disminuye de profundidad hasta casi quedar seco, y entonces sólo se ve la corriente del Esk deslizándose entre los bancos de arena, con algunas rocas aquí y allá. Afuera del puerto, de este lado, se levanta por cerca de media milla un gran arrecife, cuya parte aguda corre directamente desde la parte sur del faro. Al final de ella hay una boya con una campana, que suena cuando hay mal tiempo y lanza sus lúgubres notas al viento. Cuentan aquí una leyenda: cuando un barco está perdido se escuchan campanas que suenan en el mar abierto. Debo interrogar acerca de esto al anciano; camina en esta dirección...
Es un viejo muy divertido. Debe ser terriblemente viejo, pues su rostro está todo rugoso y torcido como la corteza de un árbol. Me dice que tiene casi cien años, y que era marinero de la flota pesquera de Groenlandia cuando la batalla de Waterloo. Es, temo, una persona muy escéptica, pues cuando le pregunté acerca de las campanas en el mar y acerca de la Dama de Blanco en la abadía, me dijo muy bruscamente:
-Señorita, si yo fuera usted, no me preocuparía por eso. Esas cosas están todas gastadas. Es decir, yo no digo que nunca sucedieron, pero sí digo que no sucedieron en mi tiempo. Todo eso está bien para forasteros y viajeros, pero no para una joven tan bonita como usted. Esos caminantes de York y Leeds, que siempre están comiendo arenques curtidos y tomando té, y viendo cómo pueden comprar cualquier cosa barata, creen en esas cosas. Yo me pregunto quién se preocupa de contarles esas mentiras, hasta en los periódicos, que están llenos de habladurías tontas.
Creí que sería una buena persona de quien podía aprender cosas interesantes, así es que le pregunté si no le molestaría decirme algo acerca de la pesca de ballenas en tiempos remotos. Estaba justamente sentándose para comenzar cuando el reloj dio las seis, y entonces se levantó trabajosamente, y dijo:
-Señorita, ahora debo irme otra vez a casa. A mi nieta no le gusta esperar cuando el té ya está servido, pues tarda algún tiempo.
Se alejó cojeando, y pude ver que se apresuraba, tanto como podía, gradas abajo.
Los graderíos son un rasgo distintivo de este lugar. Conducen del pueblo a la iglesia; hay cientos de ellos (no sé cuantos) y se enroscan en delicadas curvas; el declive es tan leve que un caballo puede fácilmente subirlos o bajarlos. Creo que originalmente deben haber tenido algo que ver con la abadía. Me iré hacia mi casa también. Lucy salió a hacer algunas visitas con su madre, y como sólo eran visitas de cortesía, yo no fui. Pero ya es hora de que estén de regreso.

1 de agosto. Hace una hora que llegué aquí arriba con Lucy, y tuvimos la más interesante conversación con mi viejo amigo y los otros dos que siempre vienen y le hacen compañía. Él es evidentemente el oráculo del grupo, y me atrevo a pensar que en su tiempo debe haber sido una persona por demás dictatorial. Nunca admite equivocarse, y siempre contradice a todo el mundo. Si no puede ganar discutiendo, entonces los amedrenta, y luego toma el silencio de los demás por aceptación de sus propios puntos de vista. Lucy estaba dulcemente bella en su vestido de linón blanco; desde que llegamos tiene un bellísimo color. Noté que el anciano no perdió ningún tiempo en llegar hasta ella y sentarse a su lado cuando nosotros nos sentamos. Lucy es tan dulce con los ancianos que creo que todos se enamoran de ella al instante. Hasta mi viejo sucumbió y no la contradijo, sino que apoyó todo lo que ella decía. Logré llevarlo al tema de las leyendas, y de inmediato comenzó a hablar echándonos una especie de sermón. Debo tratar de recordarlo y escribirlo:
-Todas esas son tonterías, de cabo a rabo; eso es lo que son, y nada más. Esos dichos y señales y fantasmotes y convidados de piedra y patochados y todo eso, sólo sirven para asustar niños y mujeres. No son más que palabras, eso y todos esos espantos, señales y advertencias que fueron inventados por curas y personas malintencionadas y por los reclutadores de los ferrocarriles, para asustar a un pobre tipo y para hacer que la gente haga algo que de otra manera no haría. Me enfurece pensar en ello. ¿Por qué son ellos quienes, no contentos con imprimir mentiras sobre el papel y predicarlas desde los púlpitos, quieren grabarlas hasta en las tumbas? Miren a su alrededor como deseen y verán que todas esas lápidas que levantan sus cabezas tanto como su orgullo se lo permite, están inclinadas..., sencillamente cayendo bajo el peso de las mentiras escritas en ellas. Los "Aquí yacen los restos" o "A la memoria sagrada" están escritos sobre ellas y, no obstante, ni siquiera en la mitad de ellas hay cuerpo alguno; a nadie le ha importado un comino sus memorias y mucho menos las han santificado. ¡Todo es mentira, sólo mentiras de un tipo o de otro! ¡Santo Dios! Pero el gran repudio vendrá en el Día del Juicio Final, cuando todos salgan con sus mortajas, todos unidos tratando de arrastrar con ellos sus lápidas para probar lo buenos que fueron; algunos de ellos temblando, cayendo con sus manos adormecidas y resbalosas por haber yacido en el mar, a tal punto que ni siquiera podrán mantenerse unidos.
Por el aire satisfecho del anciano y por la forma en que miraba a su alrededor en busca de apoyo a sus palabras, pude observar que estaba alardeando, de manera que dije algo que le hiciera continuar.
-¡Oh, señor Swales, no puede hablar en serio! Ciertamente todas las lápidas no pueden estar mal.
-¡Pamplinas! Puede que escasamente haya algunas que no estén mal, excepto en las que se pone demasiado bien a la gente; porque existen personas que piensan que un recipiente de bálsamo podría ser como el mar, si tan sólo fuera suyo. Todo eso no son sino mentiras. Escuche, usted vino aquí como una extraña y vio este atrio de iglesia.
Yo asentí porque creí que lo mejor sería hacer eso. Sabía que algo tenía que ver con el templo. El hombre continuó:
-Y a usted le consta que todas esas lápidas pertenecen a personas que han sido sepultadas aquí, ¿no es verdad?
Volví a asentir.
-Entonces, es ahí justamente en donde aparece la mentira. Escuche, hay veintenas de tales sitios de reposo que son tumbas tan antiguas como el cajón del viejo Dun del viernes por la noche -le dio un codazo a uno de sus amigos y todos rieron-. ¡Santo Dios! ¿Y cómo podrían ser otra cosa? Mire esa, la que está en la última parte del cementerio, ¡léala!
Fui hasta ella, y leí:
-Edward Spencelagh, contramaestre, asesinado por los piratas en las afueras de la costa de Andres, abril de 1845, a la edad de 30 años.
Cuando regresé, el señor Swales continuó:
-Me pregunto, ¿quién lo trajo a sepultar aquí? ¡Asesinado en las afueras de la costa de Andres! ¡Y a ustedes les consta que su cuerpo reposa ahí!. Yo podría enumerarles una docena cuyos huesos yacen en los mares de Groenlandia, al norte -y señaló en esa dirección-, o a donde hayan sido arrastrados por las corrientes. Sus lápidas están alrededor de ustedes, y con sus ojos jóvenes pueden leer desde aquí las mentiras que hay entre líneas. Respecto a este Braithwaite Lowrey..., yo conocí a su padre, éste se perdió en el Lively en las afueras de Groenlandia el año veinte; y a Andrew Woodhouse, ahogado en el mismo mar en 1777; y a John Paxton, que se ahogó cerca del cabo Farewell un año más tarde, y al viejo John Rawlings, cuyo abuelo navegó conmigo y que se ahogó en el golfo de Finlandia en el año cincuenta. ¿Creen ustedes que todos estos hombres tienen que apresurarse a ir a Whitby cuando la trompeta suene? ¡Mucho lo dudo! Les aseguro que para cuando llegaran aquí estarían chocando y sacudiéndose unos con otros en una forma que parecería una pelea sobre el hielo, como en los viejos tiempos en que nos enfrentábamos unos a otros desde el amanecer hasta el anochecer y tratando de curar nuestras heridas a la luz de la aurora boreal.
Evidentemente, esto era una broma del lugar, porque el anciano rió al hablar y sus amigos le festejaron de muy buena gana.
-Pero -dije-, seguramente no es esto del todo correcto porque usted parte del supuesto de que toda la pobre gente, o sus espíritus, tendrán que llevar consigo sus lápidas en el Día del Juicio. ¿Cree usted que eso será realmente necesario?
-Bueno, ¿para qué otra cosa pueden ser esas lápidas? ¡Contésteme eso, querida!
-Supongo que para agradar a sus familiares.
-¡Supone que para agradar a sus familiares! -sus palabras estaban impregnadas de un intenso sarcasmo-. ¿Cómo puede agradarle a sus familiares el saber que todo lo que hay escrito ahí es una mentira, y que todo el mundo, en este lugar, sabe que lo es? Señaló hacia una piedra que estaba a nuestros pies y que había sido colocada a guisa de lápida, sobre la cual descansaba la silla, cerca de la orilla del peñasco.
-Lean las mentiras que están sobre esa lápida -dijo.
Las letras quedaban de cabeza desde donde yo estaba; pero Lucy quedaba frente a ellas, de manera que se inclinó y leyó:
-A la sagrada memoria de George Canon, quien murió en la esperanza de una gloriosa resurrección, el 29 de julio de 1873, al caer de las rocas en Kettleness. Esta tumba fue erigida por su doliente madre para su muy amado hijo. "Era el hijo único de su madre que era viuda." A decir verdad, señor Swales, yo no veo nada de gracioso en eso -sus palabras fueron pronunciadas con suma gravedad y con cierta severidad.
-¡No lo encuentra gracioso! ¡Ja! ¡Ja! Pero eso es porque no sabe que la doliente madre era una bruja que lo odiaba porque era un pillo..., un verdadero pillo...; y él la odiaba de tal manera que se suicidó para que no cobrara un seguro que ella había comprado sobre su vida. Casi se voló la tapa de los sesos con una vieja escopeta que usaban para espantar los cuervos; no la apuntó hacia los cuervos esa vez, pero hizo que cayeran sobre él otros objetos. Fue así como cayó de las rocas. Y en lo que se refiere a las esperanzas de una gloriosa resurrección, con frecuencia le oí decir, señorita, que esperaba irse al infierno porque su madre era tan piadosa que seguramente iría al cielo y él no deseaba encontrarse en el mismo lugar en que estuviera ella. Ahora, en todo caso, ¿no es eso una sarta de mentiras? -y subrayó las palabras con su bastón-. Y vaya si hará reír a Gabriel cuando Geordie suba jadeante por las rocas con su lápida equilibrada sobre la joroba, ¡y pida que sea tomada como evidencia!
No supe qué decir; pero Lucy cambió la conversación al decir, mientras se ponía de pie:
-¿Por qué nos habló sobre esto? Es mi asiento favorito y no puedo dejarlo, y ahora descubro que debo seguir sentándome sobre la tumba de un suicida.
-Eso no le hará ningún mal, preciosa, y puede que Geordie se alegre de tener a una chica tan esbelta sobre su regazo. No le hará daño, yo mismo me he sentado innumerables ocasiones en los últimos veinte años y nada me ha pasado. No se preocupe por los tipos como el que yace ahí o que tampoco están ahí. El tiempo para correr llegará cuando vea que todos cargan con las lápidas y que el lugar quede tan desnudo como un campo segado. Ya suena la hora y debo irme, ¡a sus pies, señoras!
Y se alejó cojeando.
Lucy y yo permanecimos sentadas unos momentos, y todo lo que teníamos delante era tan hermoso que nos tomamos de la mano. Ella volvió a decirme lo de Arthur y su próximo matrimonio; eso hizo que me sintiera un poco triste, porque nada he sabido de Jonathan durante todo un mes.
El mismo día. Vine aquí sola porque me siento muy triste. No hubo carta para mí: espero que nada le haya sucedido a Jonathan. El reloj acaba de dar las nueve, puedo ver las luces diseminadas por todo el pueblo, formando hileras en los sitios en donde están las calles y en otras partes solas; suben hasta el Esk para luego desaparecer en la curva del valle. A mi izquierda, la vista es cortada por la línea negra del techo de la antigua casa que está al lado de la abadía. Las ovejas y corderos balan en los campos lejanos que están a mis espaldas, y del camino empedrado de abajo sube el sonido de pezuñas de burros. La banda que está en el muelle está tocando un vals austero en buen tiempo, y más allá sobre el muelle, hay una sesión del Ejército de Salvación en algún callejón. Ninguna de las bandas escucha a la otra; pero desde aquí puedo ver y oír a ambas. ¡Me pregunto en dónde está Jonathan y si estará pensando en mí! Cómo deseo que estuviera aquí.
Del Diario del doctor Seward
5 de junio. El caso de Renfield se hace más interesante cuanto más logro entender al hombre. Tiene ciertamente algunas características muy ampliamente desarrolladas: egoísmo, sigilo e intencionalidad. Desearía poder averiguar cuál es el objeto de esto último. Parece tener un esquema acabado propio de él, pero no sé cuál es.
Su virtud redentora es el amor para los animales, aunque, de hecho, tiene tan curiosos cambios que algunas veces me imagino que sólo es anormalmente cruel. Juega con toda clase de animales. Justamente ahora su pasatiempo es cazar moscas. En la actualidad tiene ya tal cantidad que he tenido un altercado con él. Para mi asombro, no tuvo ningún estallido de furia, como lo había esperado, sino que tomó el asunto con una seriedad muy digna. Reflexionó un momento, y luego dijo:
-¿Me puede dar tres días? Al cabo de ellos las dejaré libres.
Le dije que, por supuesto, le daba ese tiempo. Debo vigilarlo.

18 de junio. Ahora ha puesto su atención en las arañas, y tiene unos cuantos ejemplares muy grandes metidos en una caja. Se pasa todo el día alimentándolas con sus moscas, y el número de las últimas ha disminuido sensiblemente, aunque ha usado la mitad de su comida para atraer más moscas de afuera.

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Registrado: Oct 28, 2005
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MensajePublicado: Mar Oct 31, 2006 2:22 am Asunto Responder citando

Quiero recordar que cada capítulo puede ser aprovechado por parte vuestra para comentarlo en respuesta al mismo "topic", así podríamos tener una interesante charla literaria.
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