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La Mazmorra Abandon - La mejor selección de abandonware de terror y misterio de la red :: Ver tema - El hijo
Publicado: Mie Jun 07, 2006 10:32 pm Asunto: El hijo
Poco a poco voy acostumbrandome a esta nueva situación. Los gritos de dolor ya no me sobresaltan a pesar de saber muy bien que los siguientes en oirse pueden ser los mios.
Hoy envalentonado o deseperado por el hambre he decidido enfrentarme a la rata que me ha estado quitando la hogaza de pan que aqui tienen a bien llamar comida. En el forcejeo he descubierto en un trozo de pared, primero escrito con las uñas y más adelante continuado en sangre, el siguiente relato:
Hoy, como cada día desde lo ocurrido, he tenido que decirme que todo no fue más que un producto de mi imaginación. Y aunque esto es lo más razonable rememoro el terror del que fui presa. Pero, ¿cuan terrible no será el mero reflejo si mi miedo fue tan absoluto?
Hacia un mes de la muerte de mi madre tras una penosa enfermedad. Y hasta ese momento no había reunido el valor suficiente para volver a la casa familiar. Temí que los recuerdos fueran demasiado dolorosos. Y, por que no decirlo, los remordimientos ya que sentía que no la había atendido como se merecía.
Fue mi hermana quien me dio la excusa para volver. Había encontrado a unos compradores y aunque nos dolía deshacernos del hogar familiar, es bien sabido que el mundo se mueve más por el dinero que por las querencias de cada uno. Así pues debíamos adecentar algo la casa y decidir que guardar. Yo, como bien sabía mi hermana, sólo pelearía por el viejo carillón. El resto bien podía ser lanzado al fuego.
El regreso a casa no fue tan duro como sospechaba. El día fue transcurriendo en la más absoluta normalidad y a pesar del trabajo incluso nos permitimos, mi hermana su marido e hijos y yo, algún momento en el que brotaron risas al recordar cosas de nuestra niñez.
Al caer la tarde mi hermana me ofreció su casa para pasar la noche. Yo me negué. No sé en que momento había decidido pasar una última noche en la casa en la que yo había nacido, en la que habían muerto mis padres y mis abuelos.
Cené las sobras del picnic que mi hermana había preparado para el almuerzo y abrí una botella de un vino viejo casi avinagrado. Después salí a la entrada y fumé un cigarro. En vida mi madre no me había permitido fumar jamás dentro de la casa pues mi padre “jamás fumó”. La noche era clara y fresca. La primavera se había adelantado y se mezclaban el olor de las flores con el del barro y el fragante humo del puro Pensé en andar por el viejo camino grava que había recorrido cientos de veces hasta el pueblo del que veía alguna luz y pasar unas horas en la cantina. Pero deseché rápidamente la idea.
Paseé por la casa. La noche le daba un aspecto tétrico. Lo único que se podía oír eran mis pasos resonando por las habitaciones casi vacías. Una suave brisa movía las cortinas y los guardapolvos de los pocos muebles que no habían ido a parar al almacén que mi hermana había alquilado. Pero aun no sentí miedo alguno. Si sentí algo fue una agradable quietud.
Paré unos segundos ante el cuadro de mi madre y lo ilumine con la lámpara que llevaba. El pintor no le hizo justicia alguna. Pero, ¿quien podría pintar su ternura que iba mucho más allá de sus rasgos suaves y algo rechonchos? Aquello, como su cadáver, podían tener la forma de mi madre pero no su alma. Un alma que ya nunca podría volver a deleitarme.
Con las lágrimas a punto de brotar por tan negros pensamientos decidí que lo mejor era acostarme. Subí al piso superior acariciando amorosamente el pasamanos de la escalera, disfrutando de su tacto.
Ante la puerta de mi habitación caí en la cuenta de que en todo el día no había visitado el dormitorio de mi madre. Y dudé de que mi hermana lo hubiera hecho. De niños no nos era permitido entrar en su sancta sanctorum sin su permiso. Una sonrisa amarga y mínima cruzó mi rostro. Ya no era un niño. Entré en su dormitorio, y no por quebrar ninguna norma.
La puerta se abrió suavemente y me invadió el frescor de la noche pues la ventana estaba abierta de par en par. Las cortinas danzaba enloquecidas a su alrededor y me alegré de llevar un quinqué y no una vela.
Y pese al frescor de la noche la habitación estaba impregnada del olor de la enfermedad, de la fiebre, y finalmente, de la muerte, de la decadencia. Paseé mi vista por las paredes ahora desnudas. Una mancha en el cabecero de la cama marcaba el lugar de un crucifijo. Allí colgaba una escena de caza. Allí en el armario estaba la ropa que mi madre había vestido tanto en el día a día como en ocasiones especiales y…
No pude más, caí de rodillas y con la cabeza sobre la cama me eché a llorar desconsoladamente. Las lágrimas que había guardado durante un mes, en realidad mucho más, desde el diagnostico de su enfermedad, salieron por fin. Lloré y lloré hasta perder por completo la noción del tiempo y finalmente, hipando como un bebé, me quede dormido..
En el sueño yo caminaba en la más absoluta de las oscuridades, tropezando a casi cada paso con objetos totalmente irreconocibles. Finalmente tocando una descubrí que eran hitos de piedra y que en ellos había algo escrito. Pasé mis dedos por las letras y conseguí descifrar un nombre. El mío. Me aparté aterrado pues enseguida comprendí que señalaba esa piedra: mi tumba. Golpeé con mi espalda otra de las lapidas e instintivamente pasé mis dedos que leyeron con asombrosa facilidad lo que había escrito. Grité “Madre” una vez y luego otra. Y una luz apareció sobre su sepulcro y ella en la luz tal y como la había visto por última vez. Pálida, con los labios amoratados y con una mortaja como vestimenta.
Me miró el cadáver y por un momento pude volver a sentir su infinito amor en sus ojos. Posó su brazo sobre mi hombro y una vaharada de podredumbre inundo mis sentidos. Instintivamente traté de apartarme de ella, pero cerró su abrazo sobre mí. Me preguntó si yo, su querido hijo, no la quería acompañar en su eterna soledad. Asqueado negué con la cabeza. Ella me beso la frente y soltó su presa. Me dijo “Te dejo ir, pero pronto volverás y ya no podrás marcharte”
Me desperté con el corazón encogido y salí huyendo a mi habitación temiendo mirar atrás. Tras cerrar la puerta intente calmar mi agitada respiración. “Tal vez fueron las emociones del día lo que provocaron en mi agotado cerebro tal pesadilla” me dije. Y convencido de que los revenants eran meras supercherías logré calmarme. Ya amanecía.
Y hoy he vuelto a repetirme que todo fue producto de mi imaginación. Es conocido que los sueños son una repetición de las cosas que nos suceden y nos preocupan pasado por el tamiz de un cerebro libre de las ataduras que tenemos en la vigilia. Pero eso no alivia mi temor, ni la sensación de volver a abandonar a mi madre. Sí, eso explica el sueño, ¿pero y la mancha en mi frente con la que amanecí?
Ostras, niktgrump, no la había leído aún!! Me alegro de que le hicieras propaganda xDDDd Es una pasada de historia. Para nada parece un borrador ni nada que se le parezca. Me encanta. Voy a fundar también tu club de fans!xDDD
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